miércoles, 27 de agosto de 2014

El regreso de las vacaciones

Comenzar a marcharse del destino de vacaciones es como asistir a la transformación de una oruga en mariposa. Según aumenta la distancia entre nuestro destino pasado (recién descubierto) y el futuro (ya conocido) la crisálida se resquebraja, lentamente, al ritmo del paisaje a través de la ventanilla.
Todo lo que hasta hace unos instantes es presente, más o menos sabroso, empieza a convertirse en recuerdo. Y ya se sabe que la memoria tiene el poder de intensificar la realidad. Alejarse dulcifica los acontecimientos, eleva las sensaciones, hace nacer la añoranza.
Y así días después, adaptándose de nuevo a la rutina, entrando de nuevo en el molde que dejamos tiempo atrás, el verdor de la hierba, la brillantez del cielo azul, la tristeza de las tormentas, el crujir del suelo, el holor a pies y el tacto de los gatos aparecen cuando una menos se lo espera, irrumpen en silencio descolocando el momento y dando una punzada en el corazón. Porque qué bien nos lo hemos pasado. Qué bien nos lo hemos pasado. Y qué lejos queda, como en un sueño, lo que ha sido.