Ayer fuimos a ver cuadros de Miró al Reina Sofía. A Leo le habían enseñado algunos en el cole y no paraba de hablar de ello. Pero en el camino hacia Miró nos encontramos con el Guernica. Me acerqué al cuadro con él en brazos. Nos pusimos en la esquina izquierda, bordeando al grupo de gente que siempre está delante y que parece no disminuir. Leo miró y dijo: "Mami, ¿qué ha pasado?" Me emocionó que percibiera que ese cuadro nos estaba diciendo algo, que entendiera la intención de Picasso: recordar siempre la desgracia del terror. Le dije que habían tirado bombas que habían destrozado las casas y que la gente y los animales estaban tristes. Quizás le diera demasiada información. O simplemente percibió a la perfección la tragedia de la muerte y de la guerra. Porque desde ayer no para de hablar de las bombas que "dan tristeza". Y me pregunta si aquí va a haber guerra. Le digo que no, que su papá y yo vamos a cuidar de él y que aquí hay paz. Que esas bombas cayeron hace mucho tiempo y que ahora, en Guernica, ya no hay ruinas y los niños montan en bici por la calle.
Fue un momento mágico e intenso. El Guernica no deja impasible a nadie. Y la prueba está en la reacción de mi hijo de 3 años. Ayer, al ver el cuadro una vez más sentí como nunca la genialidad de Picasso. Genial porque supo captar la trascendencia del momento y transformarla en algo eterno y tremendamente expresivo. A traves de su cuadro el dolor y la desesperanza toman cuerpo y cobran sentido, si es que el dolor puede tener más sentido que el de recordarnos que hay que evitarlo a toda costa. Pero así es: de la forma más bella el dolor y la injusticia se encarnan, como para dejar testimonio de lo que ocurrió y nunca más volvería a suceder. Y ojalá fuera así. Ojalá la fealdad del mundo se grabara en el lienzo sin dejar huella en la vida, a la manera del retrato de Dorian Gray. Creo que el alma es un precio que pagaríamos muchos si con ello el dolor de la guerra se redujera a la presencia hermosa de un lienzo.