viernes, 31 de diciembre de 2010

Océanos

Estos dos últimos días he visto el documental Océanos a trozos. Me ha impresionado la belleza de las imágenes y los sonidos del fondo del mar. Han dejado tal poso en mí que me he ido a la cama en ambas ocasiones con la cabeza llena de delfines y la mirada azul. Y con el deseo de hacerme eco del mensaje del documental: proteger el planeta. No hay peros, no hay excusas, no puede retrasarse más. Hay que implicarse.
El otro día escuchaba en la radio que había un debate entre algunos científicos (creo que dentro de los que estudian a los simios) que intenta dilucidar si el hombre es un ser inteligente o no. ¿Por qué no? Pues porque a diferencia del resto de mamíferos, creo que decían, el hombre no sabe conservar el entorno en el que vive. Y eso, evidentemente, resulta muy poco inteligente.
Hace años, en plena adolescencia, cuando pensaba en cuál era el sentido de la vida, me divertía la idea de creer que eran todos los otros seres vivos de planeta los más evolucionados e inteligentes del mundo porque ellos habían encontrado el sentido de la vida y la desarrollaban en armonía, con idéntica pasión generación tras generación. Mientras nosotros, la especie subdesarrollada pendiente de alcanzar el estado perpetuo de equilibrio, lucha en guerras por el absurdo interés de otros, hiere, destroza, se aburre...
Quizás haya algo de cierto en esto. La especie humana no ha sabido crecer de forma equilibrada y armoniosa. Pretende alcanzar el infinito sin darse cuenta de que el infinito es inalcanzable y, además, mata. Y seguimos, seguimos, repitiendo un error tras otro. Mientras tanto, y mientras los dejamos, los otros seres vivos, se implican en la sencillez y autenticidad de su tarea. Hasta que los listos la fastidiemos del todo.