lunes, 27 de septiembre de 2010

Abuela Marce

Mi madre acaba de decirme que mi abuela Marce está ingresada en la Concepción. Lleva varios días con oxígeno porque su nivel en sangre es pobre. Parece ser que todo lo ha causado una infección de orina. Así que ahí está, en urgencias. Mi tía Gloria recibió el aviso esta mañana y se fue para allá.

Yo llevo meses sin verla, quizás desde abril, o mayo, no recuerdo. No he ido a visitarla a la residencia desde hace más de un año. Que si Leo era pequeño y no lo podíamos meter allí, que si luego estaba embarazada y había gripe A, que si cómo me voy a ir con los dos niños… Excusas, siempre excusas. Y mi padre, no sé bajo qué interés, siempre poniendo pegas a que le acompañara.

Y ahora siento que se acerca el momento en el que tengo que despedirme de mi abuela, y no sé que decirle. Y sé que tampoco le va a importar mucho lo que le diga porque no se va a enterar. No va a saber ni quién soy y, aunque lo sepa, se le habrá olvidado al minuto. Pero yo sí que necesito despedirme de ella. Necesito saber lo que le diría. Porque no lo sé. Llevo mucho tiempo sintiendo el hueco que su ausencia provocaría. Hace mucho ya que la realidad es que la abuela no está con nosotros. Ha engordado, ya no lleva el pelo impoluto como antes y sus ojos miran casi perpetuamente un punto perdido en el horizonte. Y sin embargo todavía está aquí, todavía respira, todavía habla, todavía oye, todavía come.

Abuela, gracias por haber traído a mi padre al mundo. Sí, eso te lo quiero decir. Abuela, gracias por haberme hecho rosquillas y barquillos y croquetas. Abuela, gracias por traernos a mi hermano y a mí lenguas de gato cada vez que venías a visitarnos. Gracias por habernos querido y habernos cuidado. Mi querida abuelita… siento mucho que hayas sufrido tanto en la vida, que nunca nada te haya bastado y que nunca te hayas recuperado de la muerte de tu marido. Siento que hayas llorado tanto por no sentirte querida ni tratada con justicia o porque las vidas de tus hijos no hayan sido las que tú querías. Yo recuerdo tu risa a carcajadas, tus canciones, tus manos apretando las mías con todo el amor del mundo, las tirantes coletas que me peinabas y los churros que venían en aquel junco verde y que comíamos en tu casa. Ya ves, también yo voy creciendo y haciendo mi historia y acumulando mi pasado. Un pasado más dulce y fácil que el tuyo, sin duda, pero también irrepetible.

Te imagino de niña yendo a recoger aceituna agarrada al rabo del burro para no perderte. Te imagino mirando por la puerta de tu vecino el farmacéutico el día que este apareció asesinado. Te imagino bailando en las fiestas del pueblo apenas una niña. Y huyendo a Madrid para que no te afeitaran la cabeza por ser hermana de quien eras. También te veo bajando por la Gran Vía de madrugada, de vuelta del trabajo en el guardarropía del Labra. Y te recuerdo friendo patatas en aquellas sartenes gigantes de la cafetería Manila. La entrada a la cocina estaba bajo el hueco de la escalera y había que tener cuidado con no darse en la cabeza.

En fin, que planea la muerte este día soleado y nos recuerda de nuevo que esto es un suspiro, un suspiro azaroso con el que muchos no sabemos qué hacer. Otros no pueden elegir. Abuelita, que me quedo con tus historias y tus besos. Deseo que no sufras y que tu alma esté en paz. Te quiero.