Pero entonces Leo se ha despertado de la siesta, y cinco minutos después se ha despertado Bruno. He prepadado las meriendas, he metido toallas en una bolsa y nos hemos ido los tres a la piscina de mi mami. Allí le he hablado del blog tan bonito que había descubierto y en cuanto ha llegado a casa se lo he enseñado. Le ha encantado. Pero me ha dicho que le dan envidia las personas capaces de gestionar su tiempo y hacer cosas tan hermosas. He respondido que ella también hace cosas hermosas, al tiempo que me señalaba a mí misma (modestia no me falta) y a Leo, que cenaba junto a mí en ese instante.
Pero como ella misma ha comentado en algún otro momento de esta tarde, el peor defecto es la pereza. No es que esas personas que ella (y yo) envidia sean capaces de hacer cosas hermosas y los demás no. No, lo que pasa es que ellas tienen un recorrido fácil entre la idea y el acto o apenas sufren de pereza. Los que somos perezosos, nos quedamos en la cabeza, mientras los minutos se escurren entre los dedos.
Por eso estoy aquí, después de haber recolocado mis macetas nuevas, dándole sentido a algunas reflexiones del día y poniéndolas negro sobre blanco con el fin de evitar, cándidamente, que el tiempo lo olvide. Las sensaciones de haber visitado un blog que da tantas ganas de tantas cosas no pueden esfumarse. Había que hacer algo: encontrar un hueco así, una fortaleza contra la pereza.