Me acosté apesadumbrada. Enfurecida por la injusticia. Y también temerosa. La Fortuna siempre ha sido arbitraria y nadie tiene la garantía de contar con su beneplácito. Soy afortunada. Lo son la mayoría de los que me rodean y aquellos a los que quiero. Y siento una especie de imposición moral de, desde mi fortuna, esforzarme por la de aquellos que no la conocen. No sé cómo. Y no me sirve aquello que decía Agustín García Calvo de que lo mejor que podemos hacer por los demás es estar bien nosotros mismos. Siento ese deber que va más allá de mis fronteras inmediatas, más allá de una donación, más allá de una afiliación.No sé muy bien hacia dónde, pero siento el impulso.