Es la hora de la siesta. Es verano y hace calor. Y más en esta casa al sur de Italia, cerca de Nápoles. Todos duermen y no puede hacerse ruido. No hay tele, ni teléfonos ni se tiene permiso para salir a jugar al jardín. Hay que estar en casa y en silencio. Así que, imagínate, puede ser muy fácil aburrirse pasado un rato. Los hijos del pintor, María Luisa y Mariano, se aburren.
Están sobre un diván, que no es otra cosa que un sofá muy
muy largo sin respaldo. Mariano lleva una careta sobre la cabeza. Está sin
camiseta, medio tapado por una tela azul con enormes dibujos naranjas y
dorados. A sus pies hay una muñeca tirada en el suelo.
A su lado María Luisa está tumbada. Lleva calcetines blancos
y vestido blanco. El vestido es corto y deja las rodillas al aire. Lleva un
grueso lazo rosa atado a la cintura. María Luisa está recostada sobre un enorme
cojín rojo y se abanica la cara, los ojos cerrados, con un abanico que tiene
dibujos japoneses de color rosa, negro y blanco. Un cerezo en flor, unos
pájaros… quién sabe. Lo que está claro es que María Luisa mueve el abanico,
flap, flap, para hacer llevadero
el calor.
A lo mejor se oye a lo lejos el rumor de las olas. A lo mejor se oyen las chicharras. A lo mejor Mariano está jugando
concentrado con lo que tiene entre las manos y que no podemos identificar y
mientras juega va narrando su aventura. A lo mejor el silencio es prácticamente
absoluto a excepción del abanico de María Luisa y de los pinceles de Fortuny.
Fortuny es el pintor del cuadro. También es, como ya sabes, el padre de Mariano
y Maria Luisa. Ha decidido retratar a sus hijos a la hora de la siesta, cuando
más se aburren, en el salón japonés de su casa de verano.
Lo que más llama la atención de este cuadro, aunque parezca
mentira, no son Mariano y María Luisa. No. Los ojos se me van, nada más ponerme
frente a él, a los enormes cojines del diván y a la tela azul que cubre a
medias a Mariano. Los cojines son de colores muy vivos, rojo y verde y combinan
perfectamente con la tela azul. Otra cosa que me llama la atención es que este
cuadro es rectangular, como el diván. Es largo, horizontal. Y la pared… cómo
decir, parece un trozo de cielo salpicado con nubes, un lienzo a medio esbozar.
Se ve una rama, unas mariposas. ¿Es aquello la curva de un camino?
Este cuadro es silencioso y caluroso. Te invita a recostarte
junto a María Luisa y pedirle prestado el abanico. Me imagino la tela de los
cojines muy suave. Me gustaría estar ahí y quedarme adormilada. Hay sitio para
todos. Si quieres verlo, pásate por el Museo del Prado, en Madrid. El cuadro se
llama “Los hijos del pintor en el salón japonés”.
(Sección "Arte con minúsucula" del podcast Paisajes de ventanilla)