jueves, 7 de enero de 2021

El año inolvidable

Un año inolvidable. Sin duda. Un año en el que, como en los grandes acontecimientos que nos golpean a todos a la vez o solo a algunos, recordaremos qué hacíamos y dónde con facilidad. Este año, entre otras cosas, nos han rodeado la muerte y el miedo. También la solidaridad y el compromiso. Este ha sido un año sin patrón preestablecido que se ha ido reinventando por etapas. Y estas etapas han dejado huella. 

Ya se ha acabado el año inolvidable. Pero más allá del último dígito, nada cambia. Así somos. Sentimos que hemos cruzado de alguna manera la línea de meta y que dejamos algo atrás. Aunque todo siga igual, necesitamos este hito.

Me impongo hacer resumen de los últimos 12 meses. Como cada año desde hace tiempo. Es un ejercicio sano, que me recoloca. Esta vez tengo pocas ganas, por eso quizás ando por aquí en enero, en lugar de diciembre. Y es que siento pudor. Porque este año, para mí, ha estado también lleno de regalos y parece que no pudiera ser. Sí, la muerte me ha rodeado más que nunca. Y el dolor de los demás es también mi dolor. Todo a la vez, lo bueno y lo malo, como en un cajón de sastre en el que hubiera hebras desechadas y botones magníficos.

Este ha sido el año de arrancar nuevos proyectos, de empezar a trabajar de otra cosa y descubrir que me encanta. Ha sido el año en el que mi familia se ha comprado un piso, y lo ha reformado, y nos hemos mudado. El año en el que me he cortado el pelo y me lo he vuelto a cortar. El año de los Durrell, Naruto, Bosch y Modern family, de las películas caseras y de Paisajes de ventanilla. El año en el que he escrito el capítulo de un libro que no sé si verá la luz. El año en el que he tocado fondo y he tirado para arriba. El año en el que he pasado 2 semanas en la playa con mis padres y una cuarentena en casa con mi familia. La cuarentena, por cierto, de las mejores experiencias de mis hijos. Ha sido el año de salir al campo más de lo que nunca hubiera imaginado. El año de frenar, de vaciar, de reducir al mínimo. Y de descubrir lo que hay cuando sacas tantas cosas de una vida. Hay tiempo, creatividad, paseos por el campo y termos que reconfortan a pesar del frío. 

Me duelen los frenazos en la vida de mis mayores. Porque en ellos no es una pausa. Les han sido arrebatados los espacios y las ilusiones para el resto de sus vidas. Porque un año, para ellos, es el resto de sus vidas. Este es mi dolor, desde el principio y el que se queda. Y será el suyo todavía durante mucho tiempo. No hay vacuna para eso.

Y mientras tanto, seguiremos avanzando entre lo imprevisible. Muchos desean el regreso de la normalidad sin darse cuenta de que la normalidad no es nada más que lo previsible. Creo que lo que quieren decir es que desean regresar a la ausencia de miedo, dejar de lado la precaución, volver a hacer planes sin pensar en aforos, grupos máximos o espacios al aire libre. Normalidad. No hay palabra más vacía.

Y ya está. El 31 de diciembre escribí mis deseos para el 2021 en un trozo de papel que se humedeció con la nieve. Lo quemé, junto con los de mis amigas del alma, en una hoguera que no prendía hasta que una de ellas hizo una tea con grasa de panceta. Estábamos en lo alto de un cerro, en las ruinas de un castro celta. Conjunción cósmica, preludio de bienes, señales de buen augurio por doquier. Un año inolvidable el que se marcha. Que el que viene nos sea próspero. Y que encajemos lo imprevisible, a pesar de que nos tire al suelo, antes de volvernos a levantar.