viernes, 16 de octubre de 2020

Un petirrojo

Un petirrojo panza arriba. Sobre la pila de sillas blancas del jardín. Junto a las matas de fresas, el orégano y otra planta que parece albahaca pero que no lo es. P. estaba regando las fresas, el orégano y la intrusa sin nombre. Le apetecía preparar un pesto. Me ha preguntado si aquello junto al orégano era albahaca. Él no lo sabía. Le he dicho que me parecía que no, que se lo preguntaría a mis amigas botánicas. Ha recordado que C. le había dicho que había una planta que parecía algo que no era y que había que tener cuidado. "¡Arranquémosla entonces, qué coño!". Demasiado tarde. C. se ha ido sin decirle a nadie cuál era la  planta farsante.

Ha sido en ese momento. No recuerdo qué ruido ha hecho P. Qué palabra ha emitido. Yo seguía escudriñando hojas, y seguíamos hablando de dónde podía trasplantar las nuevas fresas. Al girarme, algo en su gesto me ha llevado la mirada al asiento de la silla. Un petirrojo. Panza arriba. Con las patitas estiradas. Los ojos cerrados. Las alas plegadas. "Espero que no haya sido el gato". "No tiene mordeduras". "Le habrá llegado su momento".

Su momento le había llegado. "¿Quieres enterrarlo?" "¿Lo echamos al compost?" Ha inclinado la silla con cuidado y el pajarillo ha resbalado hasta el trozo de madera de lo que fue el respaldo de otra silla. De ahí, un tiento al montón de compost, otro tiento junto a la leña, hasta llegar finalmente hasta el murete, a la sombra de los lilos. Seguía panza arriba. Esta noche será quizás el manjar de algún animalillo carroñero.

El petirrojo es una avecilla hermosa. Tan pequeña, tan cantarina, tan deslumbrante. Como C. No era pequeña, pero sí algo cantarina y deslumbrante como el reflejo del sol sobre el agua. También era un corazón enorme, un regazo infinito, una conversadora infatigable y una pedagoga sin límite. Y era especialista en superar adversidades. Pero entre todas las adversidades, solo hay una que no se supera.