sábado, 20 de junio de 2020

La noche más corta

Se acaba la primavera. Mierda de primavera. Todas lo son. Está también, pero por motivos imprevistos. Los de siempre (el calor, la alergia, la pereza que siempre me da salir del letargo del invierno) no se han activado este año. Supongo que he de agradecérselo a la bendita lluvia, al frío de marzo y a los antihistamínicos. Y a cierto estado de alarma que prolongó forzosamente el letargo hasta que la pereza se esfumó por sí sola. Si esta ha sido una mierda lo ha sido por motivos diferentes. Básicamente, por ponerlo todo patas arriba. Por dentro y por fuera, y hacer saltar tantas cosas por los aires.

Ya es verano. La temporada nómada por excelencia. Cuanto mayor me hago, más me gusta el verano. Y ser nómada. Saber que las noches se irán haciendo más largas, dormir cada pocos días en un sitio diferente, vagar, no mirar el reloj y sentir el frescor del agua. 

Este verano será raro. Han empezado los reencuentros. A medias, porque solo nos vemos media cara. Y es extraño verse solo los ojos. Y ni esto cuando llevamos gafas de sol. Me gusta abrazar y sentir cerca los cuerpos de a los que quiero. Pensé que me adaptaría, pero no. A veces abrazo por la espalda, con la barbilla en el pecho. Rodeo los torsos de mis seres queridos y disfruto de esos segundos de calidez. El otro día paseé con una amiga que iba sin mascarilla. A la distancia adecuada, veía su cara completa, su boca moverse, su rostro expresivo y se me antojó fantástico y novedoso. 

Y sin embargo, parece que no hubiera pasado nada. Que nos hubiéramos levantado una mañana con la mascarilla sobre la mesilla. Y ya está. En todas las conversaciones surgen alusiones al confinamiento, a sus consecuencias. Ha pasado y sus huellas transcienden la memoria. Están instaladas en el cuerpo. No solo en los michelines. Están anidadas en nuevos propósitos, en descubrimientos, en constataciones, en penas. Y en alegrías. Todos llevamos a cuestas una nueva cicatriz, más o menos grande, por cada día pasado encerrados. Un nuevo tema de conversación, un lugar común al que acuden sin quererlo nuestras conversaciones.

Estrenamos nueva estación y el final de las clases. Y no hay las fiestas de todos los años, ni fuegos artificiales, ni noches ruidosas de las que huir. Sin embargo hoy, al caer la tarde, encenderemos velas frente al cielo enrojecido y prestaremos el oído al aire hasta escuchar el murmullo de la magia de esta noche más corta. Y el final del último día más largo.