Para Laura A., en su cumpleaños
Aquella noche brillaba la luna llena. No sé qué andábamos
haciendo cuando sugeriste que nos acercáramos hasta la playa y bailáramos bajo
la luna. Bailar siempre es una gran idea. Estábamos solas. Era nuestra última
noche de festival. No recuerdo si había música de fondo, o si los conciertos ya
habían acabado. No sé dónde estaban las demás. No sé si bailamos hasta caer
rendidas. O si directamente nos tumbamos. Sobre la arena, entre las hierbas, miramos el cielo. Recuerdo
el cielo oscuro. Recuerdo tu cara junto a la mía. Recuerdo sentirme libre por
estar a tu lado. Aquel espacio, aquel momento, estaban dotados de una dimensión
más. Esa dimensión no mesurable, difícil de hallar, que quizás siempre esté
pero no siempre la sentimos. No tiene nombre. Y funciona como un eje, une eje
alrededor del que se alinea todo lo demás. Y todo lo demás encaja. Y es como si
el universo crujiera al hacer encajar las piezas. Como si fuera un instante de
quietud. Como si el movimiento cesase. Como si todo estuviera en su sitio. A
veces vuelvo allí. A sentir el silencio, la quietud y la fuerza que nacen al
conectar, al dejarse llevar, al dejarse sorprender, al entregarse a la luna
llena junto al mar.