Ya ha pasado ese momento en que lo que parecía imposible se hizo posible y ahora es habitual, y convierte en irreal e imposible lo que hasta hace poco era costumbre. Dicen que se tardan 7 días, o 21 o vete a saber, en adquirir un nuevo hábito. Pues ya se han multiplicado esos días por más de tres, así que el descoloque inicial que sucedió al 11 de marzo, día en que cerraron los colegios de la comunidad de Madrid, queda lejos. Al principio esos días eran una excepción, un estado nuevo, de alerta, donde todo estaba por construir. Sesenta días después no queda ni ápice de aquella sensación extraordinaria, mitad aventura, mitad tragedia. La nueva normalidad es esta, no la de volver a la terraza. La nueva normalidad es ser la profe de los hijos, la nueva ama de casa, la estudiante sin escritorio. Esta normalidad se transita desde una incertidumbre triple, la del mundo, la del trabajo, la de una misma.
La menté optó por estar de vacaciones. Las vacaciones siempre se acaban cuando lo de fuera se le mete a una por todos los resquicios. Y encima ha empezado el calor.