viernes, 24 de abril de 2020

La potencia y el acto

Es una evidencia, no voy a discutirlo. Pero no por ser evidente e indiscutible deja de resultarme sorprendente. A veces, vaya usted a saber por qué, hay evidencias, de estas que digo, que le saltan a una más a la vista, que se le hacen más evidentes si cabe.
En estos momentos de mi vida, cuando lo he puesto todo patas arriba, se me presenta sobre el resto de las cosas la evidencia de que los niños están por hacer y de que las cuarentonas estamos bastante hechas. Esto es así. No digo nada que no sepa nadie. Y lo que es evidente ahora me parece un lastre, una tragedia, un cubo con 42 litros de agua fría que me caen como los años que tengo cuando, ya lo he dicho, me siento una muchacha.
He decidido abandonar un camino y lanzarme a la maleza (no por estar otros caminos muy transitados se nos hacen más visibles a los que los iniciamos). A ver qué pesco. Y miro a mis hijos. Y veo en ellos la ilusión de las decisiones que todavía no han sido tomadas, que probablemente ni se conciban a estas alturas de sus vidas. Miles de horizontes y de tropiezos. Qué envidia. Yo, empapada y entre la maleza, miro mis horizontes inferiores en número. Y ese oponerse horizontes finitos e infinitos me pesa. Así es la vida.