En estos momentos de mi vida, cuando lo he
puesto todo patas arriba, se me presenta sobre el resto de las cosas la
evidencia de que los niños están por hacer y de que las cuarentonas estamos
bastante hechas. Esto es así. No digo nada que no sepa nadie. Y lo que es
evidente ahora me parece un lastre, una tragedia, un cubo con 42 litros de agua
fría que me caen como los años que tengo cuando, ya lo he dicho, me siento una
muchacha.
He decidido abandonar un camino y lanzarme a la maleza (no
por estar otros caminos muy transitados se nos hacen más visibles a los que los
iniciamos). A ver qué pesco. Y miro a mis hijos. Y veo en ellos la ilusión de
las decisiones que todavía no han sido tomadas, que probablemente ni se conciban a
estas alturas de sus vidas. Miles de horizontes y de tropiezos. Qué envidia. Yo,
empapada y entre la maleza, miro mis horizontes inferiores en número. Y ese
oponerse horizontes finitos e infinitos me pesa. Así es la vida.