Estamos encerrados. Los que tenemos casa, cada uno en la suya. Mientras, nos bombardean por las mensajerías de nuestros teléfonos con memes desternillantes, otros de mal gusto, memes facilongos, sofisticados,inteligentes o belicosos. Con audios de vete a saber quién (estos ya no los oigo). Con certezas de tres al cuarto, teorías apocalípticas y verdades resilientes. Seguimos clase de zumba on line, quedamos con amigos por skype y agonizamos los deberes de los hijos, lo que tenemos hijos y estos deberes, con la plataforma administrativa de turno.
La vida se ha dado la vuelta. Confinamiento. Para unos la oportunidad de poner los armarios de su casa al día y de abordar las lecturas o series pendientes. Para otros, una prueba de fuego: soportar lo insoportable sin poder salir de casa mas que a comprar el pan. Para muchos, encajar una vida frenética, monda y lironda, en un cubículo donde las separaciones hasta ahora existentes para cada espacio se han venido abajo y coexiste la reunión de las 9h con el problema de porcentajes de tu hijo y la comida sin hacer.
En algunos momentos del día vuelvo a sentir aquella sensación de inicio de los veranos de mi infancia. Me iba al pueblo. Tres meses. Con la cabeza cargada de planes. Luego la inercia del día a día los iba desactivando uno por uno y cuando septiembre se aproximaba ya no quedaba ninguno vivo, pero empezaba a florecer la frustración de no haber aprovechado el tiempo. No haber cumplido el reto. No haber hecho nada.
Ya no me preocupa no hacer nada. Sé que no hacemos nada, ni siquiera cuando creemos que lo hacemos. Pero así estoy, con la visión de que los días acabarán siendo engullidos por un ritmo de desayuno, comida, cena, deberes y tareas domésticas todo ello salpicado por memes, que se disolverán las fronteras.
La semana pasada, justo la semana pasada, fui al teatro a ver Los días felices, de Samuel Beckett. Al salir de la sala subimos la calle Lavapiés llenando los pulmones profundamente, como si hubiéramos estado en apnea durante toda la obra. Sientiendo el aire en la cara como por primera vez en mucho tiempo. No corrimos, pero como si corriéramos. Nos acabábamos de deshacer de la angustia de Winni y Willy y era liberador. Una semana después estamos confinados. Y muchos se sentirán como Winni vaciando su bolso mientras puede, acompasando actividades absurdas según avanza el día, aferrándose a ellas como flotadores en las aguas heladas del ártico. A muchos se los tragará el vacío, el silencio y la soledad. Sacarán el cepillo del bolso, se pondrán el sombrero, y cantarán una canción antes de irse angustiados a la cama. Otros rellenarán huecos con libros, clases y citas virtuales. Otros se encontrarán con lugares desconocidos que albergan sus casas, sus cuerpos y sus cabezas. Otros conocerán a alguien. O mirarán a alguien de otro modo. Otros se reirán. A carcajadas. Otros no.
Y a la vuelta de los días, esto será pasado.