La mujer lleva un abrigo de cuadros de corte trapecio en tonos verdes. A juego, une boina de lana con una flor tejida en un lateral le cubre la cabeza. El abrigo le llega por debajo de las rodillas, como si esta prenda, de otra epoca, cubriera ahora un cuerpo mermado y encogido por el paso de los años.
La mujer adelanta rítmicamente una pierna y la devuelve a su lugar. Alterna este movimiento con la otra pierna, que avanza menos y con más pesadez. Los brazos esbozan un movimiento de acompañamiento al mismo ritmo que las extremidades inferiores. Un swing cansado y parco que encandila al público que rodea a la anciana. La anciana danza poseída por una energía sin fin los acordes de la big bang que hay junto a ella. No queda claro si ella baila para ellos o son ellos los que tocan para ella. Dicen que ya estaba ahí hace un par de horas. Haciendo los mismos movimientos, con la misma energía y el mismo desgaste.
Me la imagino vistiéndose al caer la tarde, eligiendo la combinación perfecta de zapato bajo, boina y abrigo de tweed, estirando músculos y articulaciones, deseando con ilusión la llegada del mejor momento del día cuando, a pesar del frío, abandona su lujoso apartamento en el 7e arrondissement para acercarse hasta el lateral del museo de Orsay y bailar.
Los turistas vamos pasando. Algunos se quedan a pesar del frío. Mañana, cuando ya todos tengamos los pies cansados y regresemos a nuestras rutinas alejadas del Sena, la música seguirá sonando y el cuerpo resistirá todavía unos bailes más.