lunes, 14 de agosto de 2017

El hombre que compró la ciudad de Estocolmo o el tren regional Oslo S - Bergen

El tren regional que atraviesa Noruega de este a oeste a la altura de Oslo y que une la capital con Bergen tarda 6 horas en hacer el recorrido. Abandonamos con casi media hora de retraso la gran ciudad, bajo un sol radiante y un cielo despejado. Hemos pasado la mañana jugando al volley en un parque cercano a nuestro alojamiento y por la tarde nos hemos dirigido a la estación central.

No sé si será así en todos los parques noruegos (no me extrañaría con lo que ya sé de los países escandinavos) pero el caso es que en Sofienbergparken hay una caseta de madera junto a la zona de columpios. He observado, durante esta semana en la que los días de sol nos han permitido frecuentarlo, que se abría por las tardes y los fines de semana. Los encargados de abrir esta caseta, siempre un grupo numeroso y cada vez diferente, acomodados en sillas de jardín alrededor de una mesa de camping, eran los encargados de prestar las pelotas, raquetas y balones para jugar a todo lo que se puede jugar en un parque y que la caseta alberga. Tu nombre y un teléfono. Con eso basta. Y una vez que te has cansado de darle a la pelota, la devuelves y punto. Junto a la caseta, una fantástica bici cargo made in Denmark (no Nihola sino Christiania Bike -¿se trata de una decisión política?-) con el logo del ayuntamiento de Oslo. Algunos jóvenes del grupo llevan camisetas negras en las que se reconoce el símbolo de la municipalidad. Todos ellos tienen aspecto extranjero. Me pregunto qué vínculo tienen con el ayuntamiento. Si son voluntarios. Si no lo son. Si cobran. Si no.

Hemos reservado plaza en el vagón familiar. Se trata de un vagón en el que una parte del espacio está ocupado por una zona acristalada en la que hay pufs, un tobogán y un doble techo en el que los niños pueden entrar, subir, bajar y, básicamente, tirarse por el suelo.

El tren va parando a lo largo del camino en numerosas ocasiones. Avanzamos dejando atrás la extensa Oslo, Drammen, el sol y el calor. Los campos de cebada, la colinas suaves, los lagos que reflejan el cielo azul y los bosques de hayas y abedules. Y las casas. Discretas casas de madera pintadas de rojo, blanco o azul. Nada indica que 300 kilómetros más al oeste, en pleno parque nacional de Hallingskarvet aterrizaremos en la luna. Primero encontramos un aviso impensable: ¿es nieve aquello? Sí, y también aquella sombra blanca que corona la cumbre de la cordillera que aparece en la ventanilla izquierda. Ha entrado una niebla imposible hace un par de horas. Una niebla digna de la ventisca más invernal que ha borrado de un plumazo cualquier planta que levante más de 5 centímetros del suelo. Roca, musgos, líquenes, agua, agua, agua y canchales, y riscos, y cordilleras nevadas. Y de nuevo pequeñas cabañas de madera hacia las que nos se vislumbra ningún camino.
La temperatura en el vagón sigue siendo la misma y sin embargo siento un frío invernal al mirar por la ventanilla. Se suben y bajan montañeros y un enorme grupo de adolescentes que parece haber estado de campamento en la zona. Los valles cada vez son más estrechos y las montañas cada vez están más encima de nosotros. Llegamos a la zona más alta, Finse. Apenas 1200 m sobre el nivel del mar y un paisaje que suaviza el horizonte.

El sol está ya muy bajo. Oculto también por las nubes. El paisaje vuelve a cambiar. Vuelven los bosques, los lagos se hacen más frecuentes. Se empiezan a iluminar las casas, que cada son más abundantes e indican las orillas de los lagos. Se adivinan paredes de roca y árboles que suben directas desde el mar. Bergen está cerca.

Tanta información ha pisoteado los últimos recuerdos de Oslo. Solo tengo ojos para lo que pasa al otro lado del cristal a 100 km/h, la frondosidad, la oscuridad, el brillo de las luces sobre el agua, las imponentes colinas y el cielo encapotado.