Hoy cumplo 39. Este será mi último año por esta década. Siento un poco de nostalgia al recordar los grandes hitos de estos últimos diez años. Y emoción, a la vez, como muestra de lo paradójicas que somos las personas, porque aunque desconozco lo que está por venir la incertidumbre es esa incertidumbre infantil de las sorpresas que están por llegar.
Los 30. Qué barbaridad. Dos hijos, dos mudanzas, nuevos retos en el trabajo, nuevos amigos. Proyectos descarriados, otros que brotan. Una década que empezó fuerte, en plena eclosión de la maternidad, para después estancarse, hacia los 35, en una sensación de vida cumplida y terminada, congelación, desánimo, y angustia. Un naufragio que me permitió descubrir numerosos tesoros. Hoy quiero decir que los 30 terminan alto. A pesar de los antihistamínicos, madrugones y nubarrones.
Pienso saborear los 365 días que tengo por delante antes de la llegada oficial de esos temidos 40 que no me asustan. Porque al ver lo que sea de cerca una descubre lo pequeñas que son las cosas, lo imperfectas, lo humanas. Sin solemnidades. Y sin resistirme, tampoco, a la conmemoración del décimo año de la tercera década. Quedan inaugurados los 39. Celebraré la despedida y el encuentro, la salida y la llegada. Con voracidad adolescente por lo que tenga que venir. Feliz cumpleaños.