sábado, 31 de mayo de 2014

Cumpleaños

Pasado mañana cumplo años. Uno más, como no podía ser de otra manera. Esta vez, rompiendo con la tradición de los últimos, me alegra cambiar de dígito. Siento, en realidad, que ya los he cumplido, que he cumplido incluso los que todavía no tengo. Y que con el trabajo que me han dado estos de los que me despido espero tener tranquilidad para rato.

Es extraño esto de la edad. Extraño lo que produce decirla y a quién se lo dices. Es como si los años que tienes te colocaran automáticamente en una tabla de medir. Con frecuencia estoy rodeada de gente, en general, mayor que yo. Me he acostumbrado a la admiración que en ocasiones provoco al decir que sí, que he llegado antes al mismo sitio al que ellos llegan ahora. Y qué. A otros sitios no llegaré ni siquiera con 80. Sin embargo, me consideran joven (es lo que tiene estar con gente mayor que una), absurdamente joven. Absurdo porque al rato, cuando cambio de compañeros, me convierto en la viejales de la que te separa una generación. Y entonces me siento mayor, fuera de onda, fuera de mercado, fuera de cualquier plan.

Tengo 35 años. Canas en el pelo largo que me tiño de rubio. Y también en mi vello púbico. Alrededor de mis ojos se despliega un abanico de finas arrugas. Las ojeras se me han ido marcando en los últimos años y junto a mi boca, desde los bordes de la nariz hasta la comisura de mis labios, se descubren, más que nunca, hendiduras al hablar que antes no existían. Tengo 35 años, una pareja, dos hijos, padres, hermano, amigas y un trabajo.

El día 2 cumpliré 36. Y estoy contenta de decir adiós a la redonda cifra de los 35, al 5º ciclo de 7 años. Y de despedirme y dar la bienvenida todo al mismo tiempo en una mañana de junio, de esas que se despiertan frescas, con una potente luz cálida que se refleja en las nubes que dejaron tormenta, con olor a tierra viva y con el canto de las alondras. Así es.