Durante estas semanas de otoño, en cada trayecto de regreso a casa del colegio llegábamos con un ramo, como mínimo, de hojas caídas de los árboles, grandes y pequeñas. Liquidámbar, pruno y plátano de sombra, principalmente, han estado decolorándose por distintos puntos de la casa, en jarrones, vasos, platos o ensaladeras reconvertidas. Ahora apenas hay diferencia de color entre unas hojas y otras. Porque los contrastes del otoño pasan rápido, muy rápido, y enseguida caemos en la monocromía del invierno.