Llevo una larga temporada oyendo hablar de Elisabeth Badinter. Su último libro, Le conflit: la mère et la femme (2010) la ha traído de gira a varias emisoras de radio españolas. No lo he leído (aunque ya se lo he pedido a los Reyes) ni la he escuchado, pero por lo que he podido leer en algunos medios parece ser que critica este modelo de maternidad que ha regresado con fuerza y en el que las mujeres priorizan el cuidado y la crianza de sus hijos por encima de sus vidas profesionales. Este modelo de maternidad, según ella "imperante" (en mi realidad, no tanto) da al traste con todos los avances conseguidos por las mujeres en las últimas décadas. Y esta es la crítica que como feminista lanza contra este tipo de madres. En realidad, esos avances de los que habla no es otro que la incorporación de la mujer al mundo laboral, con su jornada de 8-9 horas diarias de media, como cualquier hombre. Pero este tema, la importancia de la dedicación al trabajo en nuestra sociedad, se merece otro post.
Elisabeth Badinter critica esta "vuelta a lo natural" que exige una madre presente el mayor tiempo posible porque da el pecho, guisa, cuida. Esto es lo que impide, según ella, que la mujer actual ejerza las libertades conseguidas en las últimas décadas. Sin embargo, no sé si la filósofa feminista francesa tiene presente el cambio fundamental que se ha producido en este nuevo modelo de madre y que también se extiende, quizás por primera vez, al de padre. La diferencia fundamental entre una madre actual que quiere darle el pecho a su hijo, que quiere estar presente durante su crecimiento, que quiere responsabilizarse en primera persona y de forma directa de sus hijos, y la madre que pudiera darse hace 50 años (pongamos por ejemplo a mi abuela, que representa la mujer educada para ser madre y esposa y que jamás tuvo la alternativa visible de no serlo), la principal diferencia es que la generación actual de madres y padres que optan por estar presentes durante los primeros años de vida de sus hijos dejando en un segundo puesto si es necesario sus vidas profesionales, es que esta generación ha elegido.
La maternidad y la paternidad no son una imposición, no, ya no. Tampoco es un instinto que hay que aplacar, o algo a lo que se llega inevitablemente. La maternidad y la paternidad son una pulsión de deseo. Nosotras, ahora, padres y madres que queremos estar y cuidar de nuestros hijos, hemos elegido hacerlo. Porque todos teníamos la alternativa de no convertirnos en madre ni en padre. Porque para nosotros, ahora, durante este tiempo, nuestra prioridad es estar con nuestros hijos, ser sus adultos de referencia, no delegar en terceros ni subcontratar el disfrute de un deseo que ha sido nuestro y auténtico: convertirnos en padres y en madres.
La segunda reflexión es ¿en qué tipo de padre o madre nos convertimos? Tradicionalmente el hombre ha ejercido un modelo ausente del hogar. Era el que proveía el dinero que la familia requería a través de la fuerza de su trabajo. No se le exigía más responsabilidad familiar. El cuidado de los hijos y su educación así como el mantenimiento del hogar pertenecían a la madre. La madre, por su lado, ha tenido sobre su espalda el cuidado de sus hijos y del hogar, dos tareas de máxima responsabilidad, pero de servicio, que todavía hoy permanecen invisibles e infravaloradas. Si la familia disponía de dinero, entonces se subcontrataba el cuidado de la casa y el de los hijos, como se sigue haciendo en la actualidad.
Sin embargo, este modelo tan de boga de la "crianza natural" que Elisabeth Badinter critica, visibiliza y revaloriza el papel de madre/padre. Pone en valor el esfuerzo, la dedicación, el coste y el trabajo que supone ocuparse de los hijos. Y lo más interesante es que concibe esta tarea como compartida entre los progenitores. Porque los hijos crecen solos, sí, a nada que se les alimente, crecen. Pero la función fundamental de un padre o de una madre no es, como sí que lo era no hace tanto, proveer de alimento a su descendencia. No. Como bien dice Jesper Juul, la función fundamental de un padre o una madre es la de acompañar durante su desarrollo a nuestros hijos. Y esto ahora también se subcontrata.
Elisabeth Badinter afirma que "la mejor madre es aquella que no está frustrada, aunque eso suponga ser una madre mediocre". Estoy de acuerdo con ella en que tenemos que despojarnos, madres y padres, del yugo de la perfección. No tiene que ser este nuestro horizonte, sino hacer, sea lo que sea, lo mejor que sepamos y que el tiempo que estemos ejerciendo de padres y madres sea de la máxima calidad.
Por eso habrá madres ausentes de la vida de sus hijos la mayor parte del día que deleguen el cuidado de estos en terceros porque prioricen sus vidas profesionales, con alguno o ningún remordimiento; y padres que seguirán el modelo tradicional y verán a sus hijos a la hora del baño o ni eso, también con algún o ningún remordimiento. Y por ello no dejarán de ser ni padres ni madres, y su deseo de maternidad y paternidad será ese. ¿Son ellos, entonces, más modernos y avanzados que los que optamos por priorizar nuestra vida familiar en lugar de la profesional? No, claro que no. Es un error identificar el avance en derechos de la mujer con su desvinculación del rol de madre y la única asunción de responsabilidades profesionales fuera del hogar. Igual que es un retraso y una reivindicación del modelo patriarcal de ostentación del poder que el padre no asuma su paternidad de forma activa y dentro del hogar.
Vuelvo a la idea de que la maternidad y la paternidad son un deseo. Que lo que se trae al mundo es un ser vivo que necesita cuidados y amor y que es responsabilidad de los padres que han deseado eso proporcionárselos de la mejor manera. Podrán ser ellos mismos, con conciencia, con entrega, con organización los padres que estén presentes. Podrán ser terceros, subcontratados o con alguna vinculación familiar, los que harán su trabajo lo mejor posible. Pero en ningún caso es esta última opción la única válida ni la única feminista.