En cuanto salgan de la imprenta los primeros ejemplares y pueda tener uno entre mis manos, pienso devorarlo. Y estoy deseando acudir a alguna de las lecturas. Porque la poesía escuchada recupera una dimensión desconocida para el lector solitario y silencioso. La dimensión del tiempo, principalmente, y la del sonido. La poesía, recitada, se convierte en carne y hueso que entra por los ojos y va directa al estómago. Y los acordes de la guitarra, si también hay por ahí algún músico, caldean el alma generando una composición perfecta y equilibrada.