
Con más éxito unos días que otros, los momentos soleados empiezan a ganar a los fríos, nublados y desapacibles de este invierno demasiado largo. Este sol que vence al invierno y se cuela por las ventanas me recuerda a la luz de los cuadros de algunos pintores holandeses del S. XVII en los que reflejan las sobrias iglesias protestantes, blancas y luminosas. Es la misma luz que percibo en los catálogos de Ikea. Todo un acierto del publicista y su fotógrafo. Dios es la luz que nos ilumina y calienta. Ikea es el camino.
Pues con la llegada del buen tiempo, o su simple perspectiva, me han entrado ganas de mirar el catálogo de Ikea y sus maravillosas estancias inundadas de luz. Quiero estar en Suecia, donde la gente es naturalemnte guapa y feliz y donde los niños sonríen y manchan pero no importa. Suecia, donde los libros están perfectamente desordenados en la librería, donde en los armarios no hay nada que desentone o no encaje, donde los cajones están limpios y su contenido es coherente.
Sin embargo sé que la realidad está al otro lado de las páginas. Sé que, incluso en Suecia, el caos habita en los cajones. Pero a pesar de esa certeza no me quito sus sonrisas de la cabeza, ni las alfombras impolutas o las cocinas enormes y soleadas. Ikea me ha calado hasta los huesos. El mundo que muestra es el mundo que deseo, aunque sé irreal.
Ha llegado al primavera y me sueño en Suecia, donde nunca he estado.