domingo, 4 de enero de 2009

Año Nuevo en la peluquería


He empezado el año yendo a la peluquería.

Como tantas otras veces (aunque no todas), no tenía muy claro lo que quería hacerme. Lo más seguro es que hubiera seguido con el corte anterior: nuca despejada, flequillo degradado, más largo por delante que por detrás... Lo mismo de últimamente.

Y allí estaba, sentada delante del espejo, explicándole a la peluquera lo que quería y mostrándole fotos que se contradecían con mis palabras. "Y que no se me vean las orejas, por favor". Siempre mis orejas. En un abrir y cerrar de ojos la peluquera cortó ligeramente siguendo mis incomprensibles indicaciones.

Y el resultado lo tenía justo enfrente. Con mucha imaginación, se parecía muy por encima al corte de la modelo que le había mostrado. Qué ingenua había sido. Es lo que siempre pasa. ¡Tú no eres la modelo! Delante de un espejo en el que nunca antes me había sentado, con una cara sosa, sin brillo, tenía aquel corte que me recordaba a cuando me dejaron como Julie Andrews en Sonrisas y lágrimas. Y no me gustaba verme de nuevo como Julie Andrews.

Hasta ahora nunca he tenido capacidad para imponer o exigir mis deseos en la peluquería. Cuando me tocan el pelo, me anulan la voluntad y soy incapaz de decir nada. Me dejo hacer. Si no me gusta, pienso que ya me crecerá, que en unas cuantas semanas ni me acordaré de cuál era el concepto del corte. Sin embargo, el pasado 2 de enero, algo cambió. La peluquera se disponía a secarme el pelo cuando yo me estaba dando cuenta de que no quería volver a ser Julie Andrews. Antes de que enchufara el secador, sin necesidad de hacer acopio de valor, le dije, con toda la naturalidad del mundo, que no me convencía el resultado y que lo quería más corto. "Si te lo corto más, se te verán las orejas". "Corta, corta, me da igual". Y cortó. Cortó por la nuca, y cortó las patillas. Fue entonces cuando me di cuenta de lo que quería y no había sido capaz de ver. Queía verme como Jean Seberg en Al final de la escapada.
Y aquí está. Orejas al aire, sí. Y junto a la sensación insólita de tener las orejas al aire, la no menos insólita de haber sido capaz, desde la butaca de la peluquería, de cambiar el rumbo de las tijeras. El año empieza bien. Este valor inusutado... ¿lo dará el corte? Tendré que elegir con cuidado los próximos. Jean Seberg duró poco.