sábado, 28 de marzo de 2020

Bien, bien, ¿y el cole?

Hoy cambio de tema. Radicalmente. Me dejo de lirismos para meterme en el barro. Y es que estoy hasta los cojones. Allá voy.

Me considero profe. Interina de secundaria en paro en estos momentos. Aparqué la tiza durante muchos años para colocarme en otro lugar del aula y ahora estoy de vuelta. Los que me conocen ya saben. Y también soy madre, de un chaval de 5º EP y de otro de 1º ESO. Añado, como últimos parámetros, que ambos están escolarizados en centros públicos madrileños y que su padre sigue trabajando y, por tanto, ausente de casa durante la jornada laboral.

Mis hijos, como supongo que otros muchos (quiero creer que la mayoría) son niños activos, inquietos, curiosos, críticos y poco dóciles. Sí, mis hijos no son de los que obedecen a la primera y reconozco, avergonzada, que reaccionan en muchas ocasiones antes al grito que a la insistencia. Les encanta estar en casa y montarse sus películas, jugar a juegos de mesa, al tenis de mesa y a los videojuegos. Y han entendido y aceptado que no se va al cole y que toca currar en casa.

¿Qué me tiene entonces hasta los cojones? El tan idealizado homeschooling. Así, sin quererlo ni beberlo. Me paso la mañana de un escritorio a otro, ayudándoles a planificar tareas, a establecer prioridades, a corregir ejercicios, a resolver problemas técnicos, a avisarles de que el descanso ha terminado, a perseguirles para que vuelvan a sentarse un rato más, a recordarles que todavía les queda esta asignatura o esta otra. Porque, ¿dónde están los profes? Ahí está el asunto. Desde el 11 de marzo, vamos para 3 semanas, la mayoría de profes de mis hijos, principalmente en secundaria, se han convertido en hacedores de listas asépticas. Ahí empiezan y ahí acaban.

Es decir, la mayoría de los docentes con los que estamos compartiendo esta etapa se están limitando a organizan una progresión, mandar unas actividades de verificación, enviar unos solucionarios y  verificar que el alumno en cuestión las realiza. Por supuesto, si tienen dudas el chaval puede escribirles. Y ellos contestan. Entonces, si están todos trabajando, profes y estudiantes, ¿por qué estoy tan cabreada?

Pues bien, lo que me escuece es que la mayoría de estos profes parecen haber olvidado la labor fundamental de un docente de la enseñanza obligatoria: acompañar en el descubrimiento, personalizar los contenidos, estimular la curiosidad. Me hago cargo de la dificultad de pasar de golpe y porrazo a la enseñanza a distancia. Me hago cargo de la precariedad de las herramientas oficiales puestas a su disposición. Me hago cargo del caos. Me hago cargo del volumen. Me hago cargo del no saber cómo ni qué. Me hago cargo de trabajar en casa, con tus hijos o dependientes a tu lado. Pero han pasado dos semanas. Y hecho en falta el atisbo de una voluntad de verse, de preguntarse qué tal, de mantener el grupo, de que el profe pueda seguir siendo un faro y un referente, no solo alguien que manda tareas.

Un zoom, un skype. Diez minutos al día. Sé que hay centros que siguen impartiendo sus clases según el horario, conectando a sus alumnos a aplicaciones como Zoom. No pido eso. Entiendo que las limitaciones técnicas y los diferentes contextos no lo permiten. Yo asumo con gusto que me toca acompañarles y ayudarles en la planificación de sus tareas, resolverles los problemas tecnológicos, animarles cuando están aburridos de rellenar hojas de sus cuadernos, escucharles cuando se cabrean con la situación. Explicarles lo que puedo. Avisarles de que el descanso se ha alargado demasiado. Sentarme de nuevo con ellos. Lo asumo. Lo hago con gusto y con entrega, sabiéndome afortunada porque me lo puedo permitir.

Pero pienso en esos otros hogares donde ningún adulto puede sentarse con ellos. Donde no han conseguido un par de portátiles extra, donde los hijos estén todavía más desmotivados que los míos. Donde los adultos no tengan paciencia, o competencia, o ganas de acompañar, resolver, estar. La situación es esta y hay que arrimar el hombro. Pero que esos profes que han olvidado lo del acompañamiento, la presencia, el grupo y la interacción en directo, lo recuerden. Saldremos ganando todos. Las familias, los docentes, y sobre todo los estudiantes.