Atardecer lluvioso del lunes de pascua |
Mi amiga I. tiene familia anglosajona. El otro día, tomando café con ella, me contaba lo mucho que alucinaban sus suegros con la celebración de la Semana Santa en España. No entienden que esté centrada en la pasión, en el sufrimiento y en el dolor. Porque para ellos Pascua es la celebración de la llegada de la Primavera, el renacimiento de la naturaleza, una fiesta alegre en la que esconden huevos para los niños, llenos de sorpresas y chucherías (ahora que caigo, de aquí vendrán los huevos kinder...).
Me gusta esa idea pagana de celebrar los primeros síntomas de que algo empieza a moverse en el invierno. Los cerezos, prunos y almendros llevan en flor desde hace un mes. Cada día recorro en coche el camino hasta mi lugar de trabajo y no hay día, en esta época del año, en que no me sorprenda encontrando un nuevo matojo florecido. Al otro lado de la carretera, aislado, anunciando unos frutos a los que nadie accederá. En Japón, nada más y nada menos, hacen una fiesta de este acontecimiento.
Sin embargo, para mí, la semana santa no es ninguna de estas cosas. En realidad, no es nada... nada más que vacaciones lluviosas, torrijas y, recientemente, monas de pascua. Hace algún tiempo también era el momento de las rosquillas de mi abuela, los barquillos y las flores. Pero ya no.
Este desenraizamiento folclórico que a veces me tortura es el resultado de una educación atea, urbana y madrileña. Atea, todo lo que se pueda ser en una sociedad de tradición católica. Urbana, porque he crecido en una gran ciudad rodeada de gente de todas partes, de aquí pero también de fuera, donde ninguna tradición era especialmente significativa o respetada escrupulosamente por mi familia, más allá de comprar el periódico el domingo, desayunar chocolate con churros y tomarse el aperitivo en un bar. Y madrileña, hija y nieta de madrileños (al menos en un 25%) y sin pueblo en el que aprender una triste jota.
Así que podría decirse que soy libre de establecer, según me parezca, las tradiciones más apetecibles para mí y mi familia. Y esta de la celebración de la Primavera me gusta... Quizás el año que viene nos vayamos de picnic bajo alguno de los cerezos o almendros del otro lado de la M-40 para celebrar el Hanami. Si la lluvia lo permite.