viernes, 23 de septiembre de 2011

El último día antes del primero

Apenas unas horas oficiales le quedan al verano. El otoño ya se deja notar en las madrugadas frescas, el cielo encapotado, los mocos de los niños y alguna que otra hoja de plátano de sombra en el suelo. El cambio de estación, recordarlo al menos, me llena de melancolía e ilusión a partes iguales. Le digo adiós a un verano divertido, emocionante, que he disfrutado como hacía tiempo no lo hacía, y que la vuelta a esta rutina a medias de comienzo de curso ha puesto punto y final.
Es precisamente el comienzo a esta rutina a medias, conocida y algo gastada pero con aspecto de segunda oportunidad la que me produce cierta ilusión. Necesitamos reinventarnos, crearnos nuevas ocasiones de enmiendo. Es señal de que la esperanza existe. Así que aquí estoy, saboreando la perspectiva de un nuevo curso que me da la oportunidad de vivir los próximos meses con la coherencia que fui olvidando, o perdiendo en los últimos. Pero vuelvo de nuevo a la melancolía del salitre en la piel y el rumor de las olas, de las siestas, de los amaneceres tempranos. De ida y de vuelta, momento de transición. Así estamos, desquiciada por la despedida y el reencuentro, colmada y expectante a partes iguales.