miércoles, 3 de marzo de 2010

Tenerife, el pánico y la confianza en los hijos


La idea era buena, muy buena: una semana en Tenerife. Sol, playa y niños rebozados de arena. Pero nos invadió el pánico, una vez allí, al imaginar cómo me las iba a apañar yo sola con los dosuna vez que David se fuera (a su curso, porque ese era el motivo de que nos hubiéramos trasladado).
Los dos, Leo de 2 años y que empieza a hacerse el longui cuando no le apetece lo que le estás contando y Bruno, lactante de 3 meses que come cada 2-3 horas. Sé que ha habido madres, y las hay, que hubieran disfrutado hasta el último segundo de la experiencia. Heroínas, sin duda. David y yo, sin embargo nos asustamos. Nos horrorizaba la idea de que, en un descuido ("venga Bruno, un eructito") Leo se creyera Forrest Gump y empezara a correr sin perspectiva de parar. Y yo, por estar atenta al eructo, no me hubiera dado cuenta de la dirección que mi primogénito habría tomado y ahí acabaría todo. O empezaría el infierno.
Por las noches, mientas daba de mamar a Bruno, me imaginaba las historias más truculentas, los accidentes más inverosímiles, y deseaba estar en mi casa, arropadita en mi cama, con mi mundo conocido alrededor. Es lo que tiene aventurarse en terreno desconocido, sin duda: abandonas la zona segura, la zona cómoda y cada paso es un paso a ciegas.
David y yo no dábamos crédito a lo que nos estaba pasando. Dos aventureros de pro achicados y encogidos de miedo en la zona más turística de Tenerife. Hay que ver adónde te lleva la maternidad. A los 4 días de estar allí me subí a un avión yo sola con los dos. Prefería ese mal rato a la perspectiva de 4 días más en terreno tan poco amigable y tan fecundo en pesadillas para los padres.
Ahora, de nuevo en casa y en zona segura, veo lo mucho que nos pudo el miedo. Y veo, también, que si hubiera confiado en mi hijo hubiéramos disfrutado los tres de largas horas al sol. Porque si hubiera confiado en él y en la maravillosa personita de 2 años y medio que es, nunca habría corrido como Forrest Gump, entre otras cosas porque no sabe ni quien es. Habría corrido, sí, pero seguramente sin perderme de vista. Porque por mi mente solo pasaban las peores fantasías y el miedo me hacía actuar con poca paciencia. Y me hacía olvidar lo fácil que es todo, lo obediente que es Leo casi siempre y lo bien que sabe él qué cosas se pueden o no y cuándo.
La frustración que este regreso precipitado e imprevisto me ha provocado se ha visto amainada por haber sido capaz de viajar sola en avión con mis dos tesoritos, algo que unos días antes había descartado por completo. Cobarde para la soledad en terreno desconocido, pero intrépida por subirme a un avión con dos niños pequeños.
Y la próxima vez me relajaré y confiaré en la capacidad de mis niños de aventurarse en lo desconocido con seguridad, entregados a todas las cosas buenas que puedan suceder. Lección aprendida.