miércoles, 16 de abril de 2008

Cuerpo a tierra

Ayer presencié algo perturbador. Volvía a casa al atardecer. Una tarde luminosa y templada de esas en las que todos nos echamos a la calle. Antes de llegar a mi edificio, a menos de 20 metros, hay unos contendores de basura. Y encima de ellos, ayer por la tarde, un chaval de unos 10 u 11 años andaba sacando la basura que alguien había tirado. A los pies del contenedor, otro chaval, de su misma edad, rebuscaba entre lo que su compañero lanzaba. En su mayoría eran ropas sacadas de unas maletas enormes. Y no era un juego. Más bien parecía una labor rutinaria, con movimientos claros, como los del labrador que trabaja con el arado. Junto a ellos, un cochecito destartalado, lleno de cacharros cuyo origen tenía pinta de ser otro contenedor, les servía de carretilla. Me quedé perpleja. No me paré. En ese momento sonó mi teléfono y nada más descolgar describí lo dejaba a mis espaldas. No me paré. Me hubiera gustado preguntarles qué hacían. Me hubiera gustado oirles decir que jugaban a ser niños que buscan en la basura algo de lo que sus padres puedan sacar dinero. Pero no me paré. Llegué a casa, ansiosa por hacer algo. Y lo que hice fue llamar a la policía. Ellos me dijeron que mandaban al SAMUR social para allá. No me pidieron ningún dato, lo que hizo que dudara de si me habían dicho eso para que dejara de colapsar la línea de teléfono o porque de verdad lo mandaban. Y si así fue, no sé si sus padres recibirían el fruto del trabajo de sus hijos o no, si al día siguiente fueron a clase o no hubieran ido de ninguna manera, si ahora se sienten un poco más tristes o nunca lo estuvieron. Yo, desde entonces, me quedo con la duda.