
El cine. 100 minutos de intensa inmersión en la vida de otros. En otros lugares, en otras épocas en otras emociones. Y a la salida, cuando el barullo de la gente te invade y los odias -porque son como el despertador que te saca de un bonito sueño- puedes sentir todavía un regusto de libertad que, con suerte, te acompañará un buen rato en la adaptacion de nuevo a tu vida, en el punto en que la dejaste al entrar en la sala.
El cine es mágico. Hace sentir. Los días pueden llegar a encadenarse uno tras otro sin querer y sin saber, arrastrando en una inercia chunga en la que no hay conexión con el alma, propia y de las cosas. Pero llega una buena peli, igual que un buen libro o una buena canción. Y llega una buena peli y contruye un paréntesis del que nos escupe al atardecer chutados de adrenalina. Y durante un tiempo, los días ya no van unos detrás de otros. Cada día vuelve a ser único. Y uno, cada día único, recupera la libertad olvidada y vuelve a volar.
Los días pasan, de nuevo se encadenan. Nos encadenan. Nos encadenamos. Y de nuevo una buena canción, una buena conversación, un paseo, un libro, una reflexión... nos recuerdan que tenemos alas.